viernes, 28 de septiembre de 2012

Sky is the limit

Está mi Copy conmigo, y en Castilla ya la madrugada refresca.
En breve estas líneas cálidas de amor se arroparán de una chispa necesaria para dejar de ser presas de un papel.
Ay Esther, si supieras todo lo que te echo de menos, y todas las veces que te digo suspirando... Ay Esther...
Me animo en mi hora bruja particular, cuando mis fantasmas amigos me acompañan y mi ente por fin deja de estar solitario.

Y me arranco con unos pequeños trozos de prosa poética que son tan solo caricias en la noche para ti, que ahora sí, eres un caballo salvaje raro que se acerca curiosa a saludar a su corcel de las tierras frías, pues nunca olvides que nací en el norte, pero ahora, con mi azada y mi guadaña de árcano sin nombre, anhelo la sal pegada en mi piel de ese Mediterráneo que se ensucia de tristeza y se anima en la alegría de una soledad distraida por las olas frías.

Esther, mi vida, por supuesto que el límite son las estrellas. Tú eres estrella, luz que brillas en mi corazón, y yo también. Enana blanca o gran fuego azul, depende del viento caprichoso, ya sabes... Pertenecemos a constelaciones lejanas que hoy se quieren avenir, como buenas vecinas, y alumbrarse una junto a la otra. Y me imagino, que así como se arrulla Copy sobre mi bata de algodón, así lo hará la Bixa abrazada a tu regazo en tantas horas de intimidad que te pertenecen, y en las cuales ya no soy Sancho, sino tu Fer.

Y por supuesto que el límite son las estrellas, los astros y el firmamento, ese lugar mágico poblado de misterio, hasta en su pronunciación sajona... Sky...

"Sky is the limit", dice la canción. Y yo te digo que ahora sí, atisbo tu espiral de las energías bipolares mucho más cercana; el caballo raro sigue siendo salvaje, pero ya no tan raro, y aquí te recibo, o me recibes, o nos recibimos, pues vendré con colores púrpuras a tocar el pomo de tu sagrado templo, y verás que soy yo porque el Dios de los vientos te lo dirá. Y sí, creo que ya te lo ha dicho... Yo también me siento Dios a tu lado. Te lo digo, vengo desde lejos, pero con toda la ilusión del mundo.

Y recuerda... "Sky is the limit":

Pd. Y cuando seamos caprichosos, yo te meceré suavemente en el espectáculo de las tormentas y de las fuerzas electromagnéticas, y tú me enseñarás ese utópico universo dual que conforma tu esencia, mi Diosa Isthar. Yo seré el chamán Fer, ¿ves qué fácil? Y también tengo mi esipral. En ella vengo ahora.

Ulula el viento de Bastian, los cristales golpean y aún tenemos un cuento propio por escribir. Eso es que estoy muy cerca... ahora sí. Dicen que con tinta verde y roja se pueden construir historias interminables, y en mi mano tengo dos rotuladores de colores. ¿Cuál te pides tú?

Pd. 2.

Cómo se rescata a sí misma un alma pura de bandera,
si de banderas ya no queda más que la impureza,
del recuerdo que recuerdas,
que no es hoy, que no es ayer,
... que no es mañana,

 se rescata la una a la otra,
y no hay ayuda ni clemencia,
no hay humano que pueda aparecer
como de la nada y susurrarle al alma pura de bandera...

....recuerda, recuerda


viernes, 21 de septiembre de 2012

Cazorla en mi corazón

Amanece con la fresca en la Sierra Cazorla. Al este y noreste se divisan los campos de olivos, imperdibles e incesantes como una masa homogénea. Mientras, al sur y suroeste se alzan majestuosas las paredes calizas de un macizo antiguo que algún día divisó las costas africanas y fue fruto de la falla entre Europa y África. Los sistemas prebéticos me reciben y yo tan solo puedo alegrarme y abrigarme al calor del sol andaluz. Mi primera vez en los sures, hay que ver... Tierra de Lorca y Alberti, de Paco de Lucía, de Pablo Picasso, de Antonio Machado y de Lola Flores, de tantos y tantos genios que han escrito la historia sobre Al-Ándalus.



Me dispongo a pasar una semana visitando lo que la naturaleza quiera mostrame. Junto a mi gran amiga Esther, compañera infatigable en esta particular aventura, aproveché de manera magnífica 7 días y 7 noches en el julio más canino y caluroso que recuerdo haber pasado en mi vida. Pero el temido calor andaluz no es algo demasiado diferente de lo que sucede en Castilla. Abrigados por la sierra, la particular sequedad en el ambiente, donde muy pocas veces se alcanza más del 50% de humedad, me recuerda a mi tierra, y de alguna manera no me hace perder la orientación completamente en el nuevo paraje. El clima me es familiar, pues vivir a 800 metros puede ser muy duro por las grandes oscilaciones de temperatura. Diferentes como el día y la noche, suelen decir. En Cazorla tan solo tuve que adaptarme entre 5 y 10 grados. Mi cuerpo se rehizo perfectamente a las circunstancias, lo cual me hizo disfrutar más aún de todo lo vivido. Mis temores a vivir a más de 40º se esfumaron, y como siempre dijo aquel viejo refrán, "Con agosto, agostizo, se arruga la bota y se hispe el botijo".

Efectivamente, en nuestras caminatas interminables por el parque natural, además del sol, fiel compañero y perseverante durante las eternas horas del estío, el agua fresca de la nevera alivió y calmó la sed, tan oportuna como avisadora, tan sabia como cruel, en definitiva, juez y parte del respeto por la montaña. Y es que el miedo a una pájara fue mi mayor obsesión durante las excursiones siempre a pie.

Por suerte, supimos administrar a la perfección nuestros recursos hídricos y elaboramos con verdadera maestría dietas hipocalóricas, superando con paso firme de caminante incesante las tentaciones que los manjares y las viandas cazorleñas nos querían ofrecer.

En realidad, esto no fue siempre así, pero no conviene adelantar acontecimientos en los preámbulos de las historias. Porque las historias se cuentan a fuego lento, reunidos en una hoguera, o al calor de unas líneas de tinta invisible, esa que llaman digital, y que pinta los espacios en blanco de mi fiel y sufrida bitácora.

Todo empezó en una humilde morada de una calle más. Era una calle estrecha; la calle La Nubla la llamaban. Privilegiada vía céntrica sobre adoquines, el destino quiso que alli fuésemos a parar. El bello Castillo de la Yedra tuvo toda la culpa, y su torre majestuosa nos alumbró toda la semana. Las vistas desde el balcón de aquel hospedaje me hermanaron con Cazorla desde el minuto 1 de mi estancia allí. De alguna manera, fue el elemento de referencia, allá donde debíamos mirar para saber dónde nos encontrábamos realmente, aunque no he de ocultar que mis mayores satisfacciones llegaron al divisar desde muy arriba una famélica silueta que había aparecido mucho mayor horas antes. Pero estas visiones también llegaron más tarde, en una de las cuatro excursiones que disfrutamos.


 
Y a ellas quiero dedicar estas entradas, sobre todo. No sin antes apuntar en lo que respecta a la gastronomía de montería que es un delicioso manjar ineludible para el viajero agotado. Probar carne de gamo, de jabalí, de perdiz, así como venado o buey no es algo que uno pueda hacer todos los días, y a pesar de que mi conciencia tiene verdaderas discrepancias con mi ego opíparo, sobre lo que está bien y lo que no, esta vez ha sido cómplice del delito con premeditación y alevosía, pues prejuzgó con la atrevida ignorancia previa a la gula, las dos tablas de comida del monte que a estas horas todavía deben hervir en mi maltrecho estómago.

Agradezco al restaurante La Montería de la plaza Corredera la primera experiencia gastrónomica en estas lídes. A las manos de Leandro, aquel metrier serio y encantador de la Plaza Santa María, le debo el segundo de mis agradecimientos. Y, por qué no, mis desagradecimientos a una menuda muchacha que regentaba un negocio local de arte en el pueblo. Aun siendo consciente de que el romanticismo no dura eternamente, mi relación de amor-odio con Cazorla a partir de ahora tiene en parte que ver con aquellas formas de señoritismo en rincones puntuales del lugar. Y no me refiero a las apariencias, humildes a todas luces, sino al engañoso juego de infravalorar el criterio personal del visitante. Por tanto, no voy a juzgar de manera global, pero sí voy a expresar mi total disconformidad con las formas y maneras de comportamiento de algunos habitantes de la sierra. Y es que, como bien dijo Ramón, el hábil montaraz medio andaluz medio alicantino, en el mirador que sube a la Virgen de la Cabeza, "esa gente de abajo espera a que te vayas para clavarte el cuchillo por la espalda".

Ni uno tiene la razón ni los otros son demonios, símplemente, la idiosincracia de la sierra es así, y así es la cerrazón de los humildes hórreos de Posada de Valdeón, en los Picos de Europa, como la atrevida altanería y desdén de algunos corazones que se llaman a sí mismos "puros" en el sur de Jaen.

En fin, más allá de todo esto, es importante destacar otro elemento más de decepción antes de relatar las excursiones. Y es que, si hay un problema en la arquitectura del pueblo, o más bien en el afán grandilocuente de algunas de sus gentes, es el de querer ocupar todos y cada uno de sus adoquines con mastodontes de rueda, caucho y pintura llamados todoterrenos, que siembran el pánico a cada segundo. Si el objetivo de Cazorla es aprender a ser un pueblo hospitalario, y el de sus gentes el de convivir con el visitante, creo que sería necesario moderar algunos comportamientos, como el pasotismo de sus guías turísticos o la mala leche de sus conductores. Que no se caerá el cielo lleno de estrellas por demostrar algo de pasión en la "ayuda" a los turistas, ni el calor amainará de repente por torcer el gesto al surcar las curvas con el objetivo de terminar el rally Cazorla-Burunchel, Burunchel-Cazorla.

Por último, es importante destacar la preciosa iniciativa de un grupo de biólogos por recuperar parte del respeto a la biodiversidad de la sierra y de las costumbres locales. Son los chicos que regentan Frondosa Naturaleza y Los Molinos del Río Cerezuelo, que de manera didáctica nos enseñaron como hacían el pan en el antiguo molino de la localidad, así como el paso inferior del Río Cerezuelo debajo de la Plaza Santamaría. También, recuerdo con orgullo la pasión por su trabajo de Manu, el guía que nos habló sobre los buitres de la Sierra, sobre la labor de Félix Rodríguez de la Fuente en sus rodajes de "El hombre y la Tierra", y, en general, de la fauna y flora que te puedes encontrar por aquellos montes. Cómo no recordar también en aquella visita guiada, a nuestra amiga holandesa Jerska, que con su sosegada y humilde presencia, nos hizo ver un alma pura en Cazorla. Cuirosamente, no era local ese alma.



Y sí, creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir de Cazorla. Un lugar pintoresco que recomiendo encarecidamente, y que me dio, nos dio a Esther y a mí, la oportunidad de descubrir los secretos de su vegetación mediterránea y sus lechos fluviales ideales para practicar rutras hindús.

Y ahora, sin más dilación, relataré nuestros caminos andados, que estas piernas jóvenes aún bien recuerdan.

La primera de nuestras visitas a monte abierto nos debía haber llevado hasta la Ermita de Monte Sión. No obstante, y después de una calurosa jornada transitando por una especie de sendero que llegaba hasta domicilios privados y feamente vallados, decidimos volver por el paso inferior del Río Cerezuelo. ¡Qué gran acierto!, pienso yo, pues el Río Cerezuelo posee una belleza que ni él propio río creo que debe conocer. El salto de agua de la Magdalena nos sirvió para recibir a la naturaleza, y en su base, descubrimos ciertas grietas que surcan la roca, grietas que uno no sabe a dónde llegarán, quizá al corazón del macizo, pero por las cuales se filtra la luz como si fuera Julio Verne en sus Viajes al Centro de la Tierra. Además, de esas rocas emana el agua y los musgos, y también los sauces llorones que atraviesan de un lado a otro, dejando en anécdotas las escaleras de madera que conectan un vado del río con su gemelo. Para rematar esta excursión, las cabras del pastor Ángel y su mágica compañía nos retrasaron la vuelta hasta el ocaso, en un par de horas de amena conversacion con un personaje inovlidable. Si algún día nuestro amigo lee estas líneas, que sepa que estamos eternamente agradecidos con su persona por el buen corazón que demostró tener, cuando intentó facilitarnos una excursión guiada con un amigo suyo hacia la Cerrada de Elías, cuando no tenía ningún compromiso. Esa llamada a mí, personalmente, me demostró que aún quedan buenas personas, y que uno nunca puede dejar de sorprenderse con la bondad del ser humano. Un fuerte abrazo para ese corazón puro, Ángel, un cabrero y guarda forestal de primer nivel.



El segundo de nuestros trayectos nos condujo por los bosques hacia La Iruela, por la senda forestal que remataba en la Virgen de la Cabeza. Este antiguo santuario fue hace tiempo lugar de peregrinación para los fieles del pueblo, pero hoy en día se ha convertido en un lugar de botellón. Es una pena, para un sitio que mantiene un magnetismo cautivador, con una cruz negra que corona lo alto y desde donde se otea, aún más arriba, la escarpada montaña gris que por allí se puede empezar a hollar. Como ya comenté, fue aquí donde encontramos a ese joven e inocente aldeano llamado Ramón, también un ser destacable, que en su parada de footing nos contó su vida con pelos y señales. Espero que su madre se recuperara y que sus sueños de volver por los pueblos de Alicante también se hicieran realidad. Un buen chaval aquel Ramón.

A mitad de semana, entre los calores asfixiantes y el horizonte de tener que abandonar Cazorla sin poder visitar todo lo que nos hubiera gustado, nos levantamos un buen míercoles a las siete de la mañana, y a las ocho la crema solar ya nos acompañaba hacia la ermita de Monte Sión. A priori, llegar hasta el Chorro, un lugar cercano al nacimiento del Río Guadalquivir, nos hubiera bastado para completar una jornada cercana a los 30 kilómetros. Pero las piernas nos pidieron más, y de no haber sido por el buen juicio de Esther, este que aquí relata la ruta de 37 km., quizá seguiría lleno de llagas en los muslos y recordando la hazaña de los 50 kilómetros. Menos mal que no fue así, y que, en la medida de lo posible, disfrutamos hasta el final de una jornada mágica. Como suelen decir, al mal tiempo, buena cara. Y es que cuando las fuerzas desfallecen, es cuando hay que sacarlas incluso de más adentro. Y eso hicimos. En la bajada de vuelta, después de una maratoniana jornada en la que comprobamos la sequedad de la Sierra, vimos buitres, pisadas de jabalí, etc., nuestras almas más ligeras y nuestro espíritu más cansado, nos hizo completar la etapa más dura de toda la semana con alegría intacta y la ilusión de volver para contarlo. Fue un reto personal, he de reconocerlo. Como los cazorleños nos veían pinta de turistas fondones, no pensaron que la Esther y el Sancho fueran a ser capaces de dar la vuelta por la Torre de las Cinco Esquinas, seguir hasta el Chorro en dirección opuesta al Gilillo, llegar al Chorro, dejarlo atrás, seguir 5 km más, y luego volver por la zona de La Iruela hasta llegar a casa sobre las 7 de la tarde.

Pero sí, lo hicimos, y el homenaje fue grande con la cena en el restaurante de Leandro. Fue nuestro particular trofeo.

Al día siguiente las fuerzas no acompañaban, pero si mal no recuerdo, el Río Borosa fue nuestro último amigo de la naturaleza. En esas frías aguas nos despedimos de la Sierra Cazorla, y la noche se nos echó cerrada en la Cerrada de Elías. La linterna nos condujo finalmente a casa, sin saber muy bien si el rally por Burunchel nos podía marear más que la sensación de paz y armonía con la naturaleza en aquellas aguas heladas del Río Borosa.

Y fue así como pasamos una semana juntos en Cazorla. Para mí, inolvidable, y aquí dejo mi sello de lo que a mi memoria aparece varios meses después.Un recuerdo eterno pero con asterísco en forma de ruta: Gilillo.

Un guiño a la palabra más pronunciada en la semana de calor por las sierras andaluzas. A partir de ahora, ir a Gilillo o a Burunchel, adquiere en mi vida un tono pintoresco que no quiero que se me borre en mi memoria nunca.