martes, 13 de diciembre de 2011

Mis diálogos con mi amigo el fantasma

Descubro la cuarta dimensión cuando miro a través de mi cristal. Todo se mueve y hace colores en forma de torbellino. Me indica justo la hora de dormir. Como un robot, me levanto, me encamino hacia mi dormitorio, abro la puerta, me meto en la cama, cierro los ojos y vuelvo a ver la cuarta dimensión. Como un ser omnipotente me alumbra. Vuelvo a ver dos manos marcadas en el cristal. Me levanto y las limpio, no quiero pensar lo que no es. Es mi mano, dos manos asomadas perennes. La madrugada traerá la helada que limpie mis huellas. Es un espejismo. Los escalofríos nocturnos nada pueden hacer ante la oscuridad. Es tranquila y sosegada, dos veces soledad que cobija a los nocturnos. En versión española no puede ocurrir nada, aquí no se ven fantasmas, y si así fuera, sería un fantasma español. Él ataca o se sienta a tu lado a contar una historia? Es extraño, las historias son siempre tan adictivas, el fantasma y yo por fin decidimos sentarnos a dialogar historias varias.

Me dice: No es fácil la historia de tener que ir todo el día con una sábana de los chinos con dos agujeros para verte, sabes? Es curioso, como el estereotipo es de un fantasma con una bola de hierro, tengo tantos esguinces en mis tobillos espectrales que apenas puedo andar. Entonces me arrastro, es por eso que doy miedo, porque en ningún momento hago cosas normales. Una bola, una sábana, dos ojos profundamente oscuros. La normalidad no va conmigo. La normalidad no me ha dejado ser.

El fantasma continuó quejándose de su sucio trabajo. Encima no le pagan. Trabaja a cambio de las pelusillas de debajo de las camas de los niños atormentados. Esas pelusillas son como ruedas de heno en un poblado de arizona en un duelo de pistolas. Solitarias, se me meten por los conductos y me hacen estornudar. Es ahí que un niño se da cuenta de mí, y se guarda detrás de una manta. Es un fastidio no tener manta, mataría por no aguantar en una baldosa fría hasta que me pase el turno de asustar y por fin pueda volar, y volar, y marcharme lejos. Es mi ocio, sabes? Me junto a pasar la tarde sobre las nubes, a veces saludo a los aviones al pasar, y a veces pinto de colores el cielo plomizo, de color cobre a ciertas horas, otras veces lo embadurno todo de gris y niebla, porque me gusta esconderme y hacer como que todo es yo, todo como si fuera un fantasma con su grillete a la pierna atada y una gran sábana helada recubriendo lo que ven tus ojos.

-Qué interesantes historias me cuenta mi fantasma. Si me disculpa, me levantaré a orinar a media noche. Había olvidado la hora que era. El fantasma siempre me entretenía hasta muy tarde, y decidí sumarme a su historia.

Fantasma, amigo mío. Te contaré una historia que te hará temblar hasta las arrugas de la sábana. ¿Tú sabes qué es la cuarta dimensión? La cuarta dimensión es donde yo te encuentro para charlar. Sin ella ni existirías. Y dame las gracias, porque no es fácil encontrar a una persona que quiera hablar con un fantasma. Sabes la de calles que me tuve que patear para acceder a ella? Muchas. Pero aquí no es como en la realidad. Yo también puedo ser un fantasma, o convertirme en las pelusillas que se te meten por los orificios y te hacen estornudar. Incluso, puedo ser las nubes que saludas o la fina capa de niebla helada que se posa en los edificios, en los árboles, que gotea desde los tejados con el sol de las doce y media.

-Yo te supero a ti en imaginación. Mi trabajo es hacerme inventor de mis relatos nocturnos, ellos me dan la vida cuando cierro los ojos. En ellos estás tú y mira, ahora estamos aquí charlando tranquilamente.

El fantasma se quedó asombrado. Si era difícil de concebir para él hablar con una persona humana, mucho más hablar con aquel ser extraño que le hablaba de una cuarta dimensión, de marcas de manos en los cristales, etc.

Finalmente, el fantasma decidió entrar en su juego.

-Yo puedo ser tú, si quieres, y colarme en los sueños de los demás, robarles las pelusas de debajo de sus camas, atemorizarles.

Nada de eso, fantasma. Yo no te pago para robar sueños ajenos, sino para que me devuelvas los míos, para que no tenga que inventarme historias que no han ocurrido de manos pegadas en los cristales y demás. De todas formas, mientras te lo piensas, me ha gustado charlar contigo. Somos muy parecidos, sabes? Igual algún dia te acompaño en una de tus terroríficas redadas nocturnas.

Y allí siguieron debatiendo fantasma y ser extraño. Qué ilusos, dándose miedo a si mismos, no entendían que el miedo que imbuían era el suyo propio, y que los sueños que reclamaban debían nacer de ese miedo perdido hacia la vida.

Mi colega el fantasma. Más salao él que la hostia. En el colegio le llamaban cara condón.

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