martes, 10 de enero de 2012

Michael

Pero no le hirieron como él había visto toda la vida. Nadie le traicionó expresamente. Nadie sin su consentimiento. Lo tenía todo controlado, incluso, su tratado con Dios, su redención con Juan Pablo I, todos sus crímenes.

Pero no le hirieron con un arma, no le hirieron con sus propias trampas, nadie conspiró jamás a su altura.

Le hirieron en lo que nunca protegió, verdaderamente. Le hirieron en un rincón oculto, en su rincón oculto, aquel que no vendería ni por influencias, ni por negocios.

Le hirieron. Le hirieron a mitad de una escalera, en el frío de la noche, en el corazón de las mujeres que siempre amó. Un coche, una escalera, una difícil confesión. Un marido sospechoso, una madre comprensiva... una hija inocente.

Perdió todo. Todo lo demás queda en un segundo plano. Todo lo demás eran juegos entre estúpidos hombres llenos de orgullo y sangre en las manos.

A Michael Corleone le hirieron.  Le hirieron en una escalera. No en cualquier escalera. Le hirieron en la escalera en la que celebraba el momento más feliz de su vida. Por primera vez, su familia al completo se reunía en torno a él, en torno a un héroe de guerra convertido en villano. A Michael se le fueron todas las mujeres que siempre amó. A todas las perdió, tarde o temprano.

Un grito ahogado no pudo ocultar la culpa. Pero, a pesar de que su culpa fue haber perdido el norte entre lo honorable de una cena para vengar a su padre, Don Vito, y lo exageradamente mezquino de acabar con la vida de su propio hermano, Michael solo fue culpable de haber nacido en el crimen. Lo mamó desde la cuna, y ya jamás se pudo despegar de él.

"Yo quiero zanjarlo todo, pero me vuelven a meter dentro. Es imposible salir".

Más o menos así dicen las palabras más sinceras de Michael, de Al Pacino, de un genio.

Lo sublime fue descubrir que en una parte de su corazón, estaban los bailes con todas las mujeres que le marcaron en su vida, .... y nunca supo proteger.

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