martes, 3 de enero de 2012

Pesadilla después de navidad

Esta pesadilla me sucedió en una de las noches que recuerdas a la mañana siguiente al despertarte. Un cirujano, una mesa de hospital, un foco apuntándome a la cara. Tres jeringuillas de anestesia y una radial. Un torso desnudo. El mío. Un problema de corazón. No sé por qué, pero en los últimos días presiento que mi muerte será de algún problema cardíaco. Pues bien, atención a la paradoja. No estoy dormido por la anestesia, pero aún así no puedo decir nada, no puedo hablar. Cuando me operaron el brazo siempre tuve esa inquietud, de si se sentiría algo durante la operación. Sin embargo, no es posible que eso pase si la anestesia general hace su efecto. De hecho, una mala administración de la misma es causa de bastantes muertes al año, y al firmar el papelito de autorización lo pone claramente, que asumes que el propio cuerpo no pueda recuerarse de la anestesia. Pues bien, el hombre encendió la radial, la acercó sobre mi torso, y empezó a cortar, a incrustar la hoja sobre mis costillas, sobre mi esternón. Sentí la fragilidad de mi propio cuerpo, y a la vez, la liberación de mis entrañas hacia el infinito. De repente, a mitad de torso, con mi corazón asomando en la penumbra de todo aquel estropicio, el cirujano se dirige a mí y me comenta: "Lástima, me he olvidado las prótesis de silicona. Volveré. Quédese con la fecha de su próxima revisión. Terminaré mi trabajo para entonces". Entonces intenté gritarle a aquel hombre que yo no quería implantarme pechos, sino que tenía una enfermedad cardíaca. Pero como no podía hablar, mis intentos fueron fallidos.

Ok. El señor se fue de la sala, yo de repente podía moverme, aunque no hablar. Miré un calendario que había a mis espaldas. 27 de junio, no recuerdo de qué año. A su lado, el día 28 destacaba con un círculo fosforito una leyenda que rezaba: 28 de junio, implantación de Fernando. Yo sabía que lo que iba mal era mi corazón, no mis pechos. Pero bueno, como pude me vestí, siempre con la mano presionando mi torso para que no saliera toda la sangre de mi cuerpo, y me fui de aquel hospital.

Del resto no recuerdo nada, quizá un paseo y una explicación a mi familia de que me iban a operar. Pero ellos solo se sorprendieron como aquel que dice... ¡¡TAS!! TE PILLE´!" al salir de una esquina sin que tú te des cuenta. Y nada más. Seguramente resoplé con resignación, y pensé que al menos al día siguiente me iban a cerrar aquella hendidura sobre mi torso. .... Aunque me tocaría llevar tetas el resto de mi vida...

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