jueves, 22 de septiembre de 2011

Y el tiempo se sentó a descansar

Giraron las manecillas de un reloj imaginario. De repente, el tiempo se paró. Se negó a continuar. Y se sentó en un bordillo, cansado de tanto avanzar sin descanso. Se echó las manos a la cabeza y se preguntó si alguien valoraba su trabajo.

-Todo el mundo va de aquí para allá rápido, me observa, a veces me adelanta o me atrasa, otras veces me pierde. Pero nadie me acompaña realmente. Debo pararme. Esto es una estupidez. Yo no existo, solo soy una magnitud imaginaria. Todo lo que aquí veis, no lo he modificado yo, sino la naturaleza. No existen los años, ni los minutos, ni los segundos. No existe el tiempo, yo no existo.

El tiempo estaba muy preocupado, y a la vez extenuado. No comprendía que debiera sufrir el sacrificio de vagar eternamente al mismo ritmo, sin que nadie se percatase de él.

Alguien se acercó a consolarle. Era la música.

-Tiempo -le dijo-. No estés triste. Yo te comprendo. Llevo existiendo desde que tú naciste, y hemos compartido muchos momentos juntos. Si no fuera por ti, yo no podría tener una estructura, ni sonar tan bonita para que todo estuviera alegre.

El tiempo se quedó observando a la música. Una ligera sonrisa se esbozaba en su rostro cansado, antiguo, extremadamente envejecido por el trabajo.

-¿De veras piensas eso, música?

-Por supuesto. Es más, todos te estamos agradecidos. Das sentido a nuestra existencia. De no ser por ti, la gente andaría perdida, sin ordenar su vida, totalmente desorientada. Te han creado, es cierto, pero puedes considerarte la cosa más poderosa que existe.

-Pero yo solo estoy cansado. Siempre he cumplido con mi trabajo y nadie me lo ha agradecido. Mucha gente, al morir, piensa que se fue antes de tiempo. ¡Eso es injusto! Yo no dicto cuando debe nacer o morir alguien. ¿Por que se aprovechan así de mí?

-No lo sé, tiempo. A mí a veces también me han culpado de grandes desgracias, pero lo importante es cuando alguien se sienta relajadamente a escucharme, cierra los ojos y vuela hacia lugares imaginarios. Eso me hace tan feliz... ¿Y a tí?

-¿A mí? ¿... A mí qué?

-Eso. ¿Qué te hace feliz, tiempo?

-¡Ah! -exclamó el anciano ser-. No lo sé. A veces soy muy feliz cuando alguien se sienta observando el infinito, y me recuerda, y no le importa hacerme compañía. A la gente que no le importa perder el tiempo es la gente que me hace feliz. Porque realmente comprenden lo que es la vida. Un lugar para perderse y encontrarse, para tener momentos de paz. Los latidos de paz de la tierra, aunque sean muy pequeñitos, me dan calma y felicidad.

Y así continuaron charlando ambos. Después de un rato, la música se levantó, pues un coral de viento reclamaba su presencia a mil millas de aquel lugar. El tiempo se secó algunas lágrimas y continuó su camino, siempre exacto y preciso.

En ese mismo momento, un anciano experto en perder el tiempo, se alivió de que las manecillas eternas volvieran a bailar.

-¡Es un milagro! -exclamó-. Otra vez puedo seguir observándote hipnotizado, sin pensar en nada, mientras de fondo suena mi coral favorito de viento.

Y la armonía volvió a aquel lugar. Un crujido especial, nadie podía asegurar si en el espacio o en los oídos de aquel anciano, nacía de un antiguo tocadiscos. Y dio lugar a uno de los temas más bonitos que recordaba esa habitación.

«Es maravilloso que el tiempo y la música existan -pensó aquel anciano-.» Y volvió a cerrar los ojos dejando volar su imaginación, que le transportaba a su juventud, mientras armoniosas giraban las agujas, del tiempo y de la música.


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