jueves, 3 de noviembre de 2011

El legado infinito

Dicen que quien escribe, abre una gran puerta hacia el infinito, postra su legado mágico en un ser inmortal, en su obra. Es difícil abrir esa puerta. Es difícil golpearla y derribarla, pasar a través de ella. Sin embargo, es cierto que algunas personas lo consiguen para los demás, y todas lo hacen para sí mismas. Oler el amaderado y barnizado aroma encuadernado de las palabras, observar por diez minutos o más una espléndida colección a través de una vidriera, de volúmenes empolvados que guardan y custodian esas puertas hacia el infinito. No hace falta viajar en el tiempo con grandes máquinas de partículas, ni siquiera es necesario moverse de casa. Para viajar hacia el infinito solo hace falta un libro, una obra bien abierta, la soledad cómplice con el escritor, con la escritora, la desnudez de las palabras que todo lo cuentan y que todo lo callan. Nada guarda más enigmas que un libro abierto, ese submundo personal e intrínseco del artista que lo dispone, que lo desdobla de sí mismo, seguramente no con la intención del disfrute de los demás, sino con el primigenio deseo de disfrutar uno mismo. Las palabras son la excusa, son el medio para argumentar la creación. El fin es el enigma de la creación propia, es la necesidad de expresarse del artista, es el tener algo muy grande que decir y no poder condensarlo; el fin es desarrollar en un mar de tinta todo un océano de imaginación que se pierde en el horizonte y ha sido capaz de nacer de un corazón que palpita, de una cabeza que dicta y decide a la par con los propios latidos del cuore encarnado.

Un libro nunca muere. Dentro de 100 o 200 años, el escritor revivirá y volverá a recrear con la misma intimidad y frescura de siempre todo lo que un día nació de sí mismo. El legado de las letras, el oportuno torrente de átomos y partículas, de licencias literarias, de sintagmas y figuras; de estilos, formatos, tiempos narrativos; de metalenguaje, inspiraciones y aventuras vividas y plasmadas en una interminable cadena infinita de aventuras narradas. Lo recreará junto a la persona que lo abra y se adentre en el bosque de las hojas de papel.

La condena benigna de la inmortalidad la guarda la literatura, un arte silencioso que pierde parte de su magia si se comparte, que se convierte en un secreto personal si se disfruta individualmente, y luego pasa a ser secreto compartido, si se comparte en secreto, para que nadie se entere, con una persona a la que le recomiendas revivir una vez más la obra, que la disfrute en intimidad con el artista, que abra una vez más el legado y tan solo se adentre y se deje llevar dentro de los pensamientos de otra persona.

¿Nunca quisiste leer el pensamiento? ¿Nunca pensaste que sería maravilloso adentrarse en la mente de los demás?

Adelante, ahora es tu oportunidad. Leva el ancla e iza las velas, conduce tu velero a través de las palabras, abre un libro, y descubrirás, que puedes leer el pensamiento, pero nunca el alma, que puedes adivinar el sentimiento, pero jamás la voluntad, que puedes conocer una faceta del arte de la persona, pero esta te creará tantos enigmas, que si al terminar el libro piensas que la conoces, amigo mío, es que no entendiste nada. Esa es la realidad, y es que cuanto más creemos saber de alguien, más nos falta por conocer. El universo interior de las personas es tan vasto, que tan solo alcanzamos a otearlo, es tan enorme, que apenas podemos aproximarnos en toda una vida de existencia. Por eso, viajarás por un libro, navegarás por las aventuras, pero tan solo habrás recorrido, una distancia diminuta. Es como avistar una estrella dentro del universo, y que el propio universo lleno de millones y millones de estrellas, sea la propia persona.

Pero al menos, ese trocito de ser será infinito. Infinito+1 cuando un ser con sus propias estrellas y satélites te encuentre. Infinito+2 cuando otro ser se sienta inspirado por tu trocito de existencia. E infinito+3 cuando, irremediablemente, el ser inspirado decida basarse en tu pedacito de existencia literaria y se aventure a plasmar en su propio legado infinito algo nuevo pero viejo a la vez, en una rueda que nunca parará de girar: su propia obra.

«La señora Dalloway dijo que compraría las flores ella misma». Las horas,Stephen Dandry. 2002.

Él llego al cubo del infinito inspirado por una gran estrella

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